sábado, febrero 16, 2008

Artaud, dios y el Jícuri

“El sol es un principio de muerte
y no un principio de vida”.
A. Artaud

Cuando Artaud llegó a México (el 7 de febrero de 1936) pronunció, en la Escuela Nacional Preparatoria, tres conferencias en las que planteaba una tesis, que retomaría en escritos posteriores: Lo que vine a hacer a México.

Pero ¿a qué vino en realidad a México? Afirma, en el texto “México eterno”[1], querer llevar enseñanzas a Europa pues, dice, el espíritu latino es la supremacía de la razón y, en contraposición, nos esboza una Europa maquinizada, estéril, con un concepto plastificado de la palabra “cultura”; en un escrito anterior al ya mencionado, que se titula “Bases universales de la cultura”[2] afirma que, en el continente viejo, la cultura es un lujo que se adquiere como instrucción. Pero se puede ser instruido sin ser realmente cultivado. Nos ofrece un concepto naturista de la palabra “cultura”; la tierra, el humus profundo del hombre, ha sido roturado.

Artaud buscaba, pues, el concepto real de “cultura”, pero ¿dónde iba a buscarlo? Es decir, ¿en qué México, de tantos “Méxicos” que los pobladores aseguraban (y aseguran) que hay? Él, a su llegada a México, distinguió casi de inmediato dos corrientes:
[…] una que aspira a asimilar la cultura y civilización de Europa, imprimiéndoles una forma mexicana, y otra que[…] permanece obstinadamente rebelde a todo progreso[…]. Será en ella que encontraré la supervivencias de la medicina empírica de los mayas y los toltecas; la verdadera poética mexicana que no consiste sólo en escribir poemas, sino que afirma las relaciones del ritmo poético con el aliento del hombre.[3]

Ahora bien, retomando su notoria aversión por la civilización europea, sentía, además, un desprecio por los norteamericanos y su cultura, como lo expone en su libro –póstumo- de poesía “Para terminar con el juicio de dios”[4], donde al mismo tiempo nos expone su preferencia y admiración por la cultura Tarahumara:
[…] Eso está muy bien,
Pero yo ignoraba que los americanos fueran un pueblo tan
belicoso.
[…] prefiero al pueblo que come a la misma altura de la tierra
el delirio que lo hizo nacer,
me refiero a los Tarahumaras que comen el peyote mientras
está naciendo sobre la tierra[…]

Con lo anterior expuesto, Artaud nos revela su intención primordial: conocer a los Tarahumaras, consumidores habituales de peyote: Buscaré […] la supervivencia de una antigua medicina de las plantas, relacionada con lo que se llama en Europa la medicina ‘espagírica’. Entendemos, entonces, que Artaud buscaba una “cultura unitaria” en la que todas las manifestaciones de la naturaleza vibraran al ritmo del pensamiento. Porque, según Artaud, es un ignorante el que pretende que hay varias culturas en México:
Cuando vine a México y hablé de su antigua cultura, se me respondió más o menos por todas partes: "¡Pero si ha habido cien culturas en México!" -prueba de que los mexicanos de hoy han olvidado hasta la significación de la palabra cultura y confunden una cultura uniforme con una multiplicidad de formas de civilización. Por distintas que fuesen las civilizaciones del antiguo México, éste no tenía en realidad más que una cultura; es decir, una idea única del hombre, de la naturaleza, de la muerte y de la vida[5].

Así, pues, podemos pensar en algunos conceptos clave para llegar a entender a qué vino Artaud a nuestro país; muerte, raza, vida, sangre, naturaleza. Estas palabras tienen una connotación especial, violenta. ¿Artaud vino, entonces, a llevarse la fuerza de esas palabras, el secreto de la raza, de la sangre, del sacrificio?; aseguró que los antiguos mexicanos no conocían otra actitud que ese ir y venir de la muerte a la vida.
Toda verdadera cultura se apoya en la raza y en la sangre. La sangre india de México guarda un antiguo secreto de raza, y antes de que la raza se pierda, pienso que hay que reclamarle la fuerza de ese antiguo secreto[…]. Vine a la tierra de México a buscar las bases de una cultura mágica que puede surgir todavía de las fuerzas del suelo indio. [6]

Hasta aquí, parece ser que Artaud quería estudiar la raza Tarahumara, pero en realidad se adentró en sus signos y se sometió a ella, al inicio de la vida, a la violencia de la naturaleza. En 1935, después de la publicación de su texto “México eterno”, se adentró en la Sierra Madre con los Tarahumaras, donde conoció, en carne viva, las ceremonias que celebraba esta población indígena, y que escribió y publicó, dos años después, con el título “Viaje al país de los Tarahumaras”:
“He visto repetirse veinte veces la misma roca proyectando en el suelo dos sombras; he visto la misma cabeza de animal devorando su propia figura. Y la roca tenía la forma de un pecho de mujer con dos senos perfectamente dibujados; he visto el mismo enorme signo fálico con tres piedras en la punta y cuatro agujeros sobre su cara externa y vi pasar, desde el principio, poco a poco, todas esas formas, a la realidad”.[7]

Este fragmento es el “primer viaje” de Artaud, iniciado por un mara'akame o chamán, que está en contacto con Tatewari (Nuestro Abuelo Fuego), que es quien guía el viaje. Tatewari o Tutuguri (la ceremonia del sol negro), conocido también como Jícuri, el dios peyote, es la deidad huichola de mayor antigüedad. Artaud, además de “Viaje al país de los Tarahumaras” escribió un poema a esta ceremonia “del sol negro”, que publicaría después de su muerte.

Artaud buscaba, entonces, una cultura unitaria, capaz de sobrevivir a pesar de la “multiculturalidad” de la que ya se hablaba entre mexicanos. No quería llevar enseñanzas a Europa, pues sentía, como ya lo aclaré en párrafos anteriores, una gran aversión por el continente, por el contrario, quería comprobar que en el principio de la vida radicaba en el sol, en el principio mismo de la muerte. Quiso acabar con el juicio de dios:

[…]Y si dios es un ser,
Es la mierda.
Si no lo es
No existe.[8]

Tenía una obsesión tan grande por los Tarahumaras, que adoptó su posición en cuanto al cristianismo, pues estos tienen ideas religiosas y ritos muy limitados y, si asisten a la iglesia, lo hacen sin comprender esta religión. Artaud, si bien la comprendía, siempre la rechazó, de la misma manera que al mismo continente:

[…] Reniego de la misa y del bautismo.
en la dimensión erótica interna
no hay acto humano más nocivo que el descenso
del presunto Jesucrito
a los altares[…].
[…] el denominado Cristo es
quien ante la-ladilla-dios
consintió en vivir sin cuerpo
mientras una manada de hombres,
bajando de la cruz
en la que dios creía mantenerlos clavados
se sublevó
y ahora esos mismos hombres
bien provistos de hierro,
sangre,
fuego y esqueletos
se adelantan, denostando al Invisible
para acabar al fin con el JUICIO DE DIOS. [9]

Artaud llegó a México para terminar con el juicio de dios; a comprobarse que el único dios que existía para él, era el Jícuri.

Notas
[1] Texto publicado en el periódico “El Nacional” el 13 de julio de 1936.
[2] Texto publicado en El Nacional el 28 de mayo de 1936.
[3] Artaud, A. México eterno, p 103, en Anatomía del mexicano, antología de Roger Bartra, Ed. Debolsillo, 1ra. Reimp. 2006, México.
[4] Publicado en 1948.
[5] Tomado del texto “Bases universales de la cultura”.
[6] Ibíd.
[7] Tomado del texto “Viaje al país de los Tarahumaras”, publicado en 1937.
[8] Artaud, Antonin. Para terminar con el juicio de dios, p. 12, versión electrónica. Primera Edición, 1948.
[9] Ibíd, p. 13.