Cuando mi abuelo salía de casa, mi abuela y yo nos quedábamos esperándolo, con su aroma recorriendo la casa. Siempre, a su regreso, yo iba a la puerta a recibirlo y él, siempre enamorado, le había traído una flor a mi abuela.
Había tardes de lluvia que refrescaban al pueblo. Entonces, mis abuelos contemplaban la caída, cada gota, desde la ventana. Olía a ellos.
Mi abuelo era muy curioso. A su hija Dolores, que siempre ha sido muy pequeña de estatura, le daba emulsión Scott, un estracto de hígado de algún animal marino, que sabía a no sé qué cosa que hacía vomitar a mi tía. Era una emulsión que también le daba a su perro.
jueves, febrero 12, 2009
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